28 sept 2009

circular por la ciudad

Circular por la ciudad es siempre un arte difícil al que los rurales tardan en acostumbrarse. Es sin duda por eso que muchos de ellos, cuando se acercan a las grandes urbes, lo hacen en transporte público, o prefieren, si han venido en automóvil, dejarlo aparcado y recorrer a pie la ciudad. Este arte de caminar a pie por la ciudad también les cuesta lo suyo y suelen llegar, al menos los primeros días, exhaustos al hotel o a casa de los parientes que los han acogido.
Hay normas no escritas que les cuesta comprender, por ejemplo las que rijen el cruce de los pasos cebra: Se da siempre en estos lugares una sutil interacción entre el caminante urbanita y el conductor que normalmente escapa a la percepción del hombre rural quien, como un daltónico no distingue el rojo del verde, no alcanza a ver el rápido cambio de miradas en el que se negocia quien pasará primero; si el conductor o el peatón. Y si el hombre de pueblo es ciego a esta comunicación, todavía lo es más, como aquellos daltónicos que sólo ven en blanco y negro, a los términos mismos de esa negociación, flor ciertamente de encanto y belleza, pero cuyas sutiles iridiscencias sólo pueden ser apreciadas realmente por quienes hemos nacido y nos hemos criado en una ciudad populosa.
Mis tres perros saben circular por la ciudad. Yo les he enseñado a hacerlo. Suelen andar sueltos delante de mí, investigando las cosas que les interesan. Cuando llegan a un cruce de calles o a un semáforo se paran y esperan a que yo llegue. Cruzamos siempre juntos, cuando las condiciones son favorables. Sin embargo no son las mismas las condiciones favorables para que cruce un perro que las que facilitan el cruce de un humano. Como yo intento enseñarles a valerse por sí mismos (siempre es posible que un perro se pierda por la ciudad), esperamos siempre a que las condiciones sean óptimas para ellos (y favorables para mí).
Es evidente que los perros tienen dificultades para comprender el tráfico. La aparición de un automovil a gran velocidad en dirección perpendicular a la del sentido de la marcha es algo para lo que la naturaleza no les preparó. Igual pasa con los humanos, y es raro ver que se deje a un niño de menos de 7 años circular solo por la ciudad.

La importancia de las ceremonias

.- ¡Deja el pasado y ven con nosotros! Los niños, dos o tres; quizá una niña; han de levantarse ahora y acudir al hipnótico llamado del maestro de ceremonias. Durante la última media hora, sentados en sus tejas, han asistido al juicio inapelable y después al castigo del miembro de una banda rival. Castigo cruel, terrible y sangriento, aunque el juicio fuera justo y el juez dictara sentencia sin acritud. Todos los miembros de la banda se han levantado y han propinado un golpe en la cabeza del condenado. Golpe testimonial, que expresa el acuerdo unánime de la banda con la sentencia aunque no siempre tiene que ser así. Hay dos que no se han levantado... son, me dice una voz en mi oído, dos que no están de acuerdo con la sentencia o que la encuentran demasiado fuerte. El cumplimiento ritual, que es a lo que estoy asistiendo, permite que los miembros expresen el grado en que se sienten ofendidos y su implicación en el castigo. Es también un juicio al juez, que ha de procurar dictar sentencias justas. Recuerdo ahora que el tercer golpe lo dió un colérico individuo que propinó un tremendo testarazo al reo, como si con su solo golpe quisiera igualar los dados por toda la tribu. Veo ahora que aquel golpe tremendo me turbó, me ofuscó de horror, y mientras afino mi memoria para descubrir asombrado que la mayoría de los miembros habían retenido toda manifestación de cólera para propinar, únicamente, el golpe que consideraban justo, un nuevo movimiento enfoca mi atención sobre el reo, y veo que el cuerpo de este va cambiando a medida que la tensión reinante anuncia la aproximación de los verdugos. Su cabeza se ha ido hinchando y ha modificado su textura hasta convertirse en un enorme balón de goma que ha absorbido el resto de su cuerpo. Ojos, nariz, boca y orejas se han desplazado a la parte inferior del balón y a través de su piel de goma semitranslúcida se ve el interior, trémulo, como una masa cerebral con circunvoluciones que parece absorber todas las partes deformadas del cuerpo. Ejemplar castigo, me digo, en que todo el cuerpo se vuelve cerebro para que no se pierda ni la más ínfima percepción del sufrimiento, pero debo dejar de pensar ya porque los verdugos han colocado dos persendéricas semicirculares de hierro alrededor de la víctima que le dan asiento, impidiéndole rodar hacia los lados, y empieza acto seguido un castigo espeluznante: Los verdugos golpean por turno con gigantescas mazas de madera el enorme huevo en su huevera. A cada golpe la maza rebota y la membrana de la cabeza vibra, tensa, como un globo de goma. Los verdugos observan atentos todos estos cambios y propinan un segundo golpe. Van cambiando el ritmo de los golpes y alternando los objetos con que lo golpean; las mazas, bates de béisbol, dos palas, dos martillos de picapedrero, dos mazas de gong. Buscan visiblemente sincronizar cada golpe con el siguiente para que las vibraciones del interior del globo sean cada vez más fuertes. En el interior de la cabeza las circunvoluciones tiemblan y esbozan mil guernicas apocalípticos...
Dentro de ese refugio uterino, pienso, el hombre debe intentar mantener sus órganos vitales lo más alejados posible de las paredes y de la resonancia. Mientras pienso esto los verdugos han dejado de dar golpes y uno de ellos se sube a los bordes de la huevera y descarga, con todas sus fuerzas, un puño que se hunde hasta el codo en la masa gomosa y flexible. Mientras el otro verdugo ha cogido un pico y con el próximo golpe clava la punta hasta la cruz...
Cuando el terrible castigo ha terminado los verdugos acompañan al reo hasta el cruce del callejón y él mismo, renqueante y dejando un rastro de sangre, dobla la esquina apoyándose en las paredes y desaparece. ¡Sangre! pienso yo, hace falta sangre para cualquier rito de iniciación. Como la vida es la muerte, crecer también es la muerte, y la sangre señala la irreversibilidad de cada cambio.
El ritual de iniciación comenzó esta mañana, y sé que los niños han pasado por diferentes pruebas a lo largo de todo el día. Sé, porque me han contado que es así, que los niños llegaron al campamento con el primer rayo de sol, fuertemente abrazados a sus tejas, y que solicitaron formalmente al vigilante del alba entrar en la tribu. Ahora, después de haber puesto a prueba su físico, su carácter y su inteligencia, el Sacro Oficio de Sangre ha abierto para ellos las puertas espirituales de la tribu. .- ¡Deja tu pasado y ven con nosotros! clama con voz tonante el oficiante. los niños se han levantado ahora de golpe, con decisión, de las tejas ceremoniosas que habían llevado todo el día apretadas contra su pecho y sobre las que se habían sentado para presenciar, ahora como espectadores, el rito del castigo. Mientras los niños se aproximan al chamán y al jefe y son recibidos, efusivamente, por toda la tribu, la voz susurra en mi oído: Antes durante las ceremonias había veces que las tejas se levantaban solas y quedaban un rato en el aire. Ahora, la mayoría de las tribus suelen usar juguetes... mientras escucho esto comprendo, fugazmente, lo que significa, aunque luego vuelvo a olvidarlo y me parece, todo lo que he visto, un absurdo terrible de violencia a erradicar.