Un buen día te das cuenta de que sólo vives para el trabajo. Y te descubres corriendo de un sitio a otro, y a otro sitio.
Un buen día te das cuenta de que para tí los caminos son sólo carriles por los que corres para atender exigencias. ¡Exigencias!, que no necesidades, porque si lo fueran, tú que eres bueno, te desvivirías por ayudar, pero no, son sólo exigencias que los otros se ponen a sí mismos, y lo que es peor, (o peligroso, según se mire), en las que te involucran sin ningún respeto usando trampas tales como que son tus jefes y tú su empleado; o tus clientes y tú su proveedor; o unos pobres necesitados y tú el que los salvará.
Un buen día te das cuenta de que ya no encuentras personas con las que hablar por el camino, porque desde el primer día que dejaste de disfrutar del tiempo con una persona interesante, (o gato, o rata, o pajarillo) fuiste reduciendo el tiempo que les dedicabas, hasta que ya ni tomabas nota mental de su existencia.
Un buen día te das cuenta, quizá en el metro a la hora punta, de que todas las personas que te cruzas te parecen tipos raros:
.- ¿Pero de donde salen todos estos marcianos?
De que no los entiendes, o sí; entiendes qué les mueve, porqué se mueven, pero te parece tonto, absurdo y cobarde. Porque todos se mueven para salvar algo, una inversión propia o de otros, o para conseguir algo, una ilusión tenida en un momento de lucidez y puesta en el futuro.
Un buen día te fijas en la gente que hace footing por la mañana, y todos luchan contra su propio cuerpo en vez de disfrutar de correr.
Un buen día; porque a veces tenemos buenos días; te dices que si fumas, te gustaría disfrutar del cigarrillo, o del porro, o del chino, y no calmar una ansiedad. Que si comes, te gustaría disfrutar de la comida, y no calmar una ansiedad, que si follas, te gustaría disfrutar del amor, y no calmar una ansiedad, que si bebes, te gustaría disfrutar de tu cubata, y no cubrir un rol y calmar una ansiedad, que si corres, te gustaría que la energía que estás generando tonifique todo tu cuerpo, tu mente, tu espíritu, te dé alegría y ganas de vivir, y no simplemente te haga sufrir, anquilosando y volviendo rígidos unos pocos de tus músculos.
Un buen día te dices que si no es así, prefieres no comer, no beber, no fumar, no trabajar, no hacer eso que grandilocuentemente llamas "hacer el amor" y que muchas veces no son más que polvos cutres, que no cumplen otra función que calmar una ansiedad, o evitar una pelea, o posponerla...
Un buen día puede que te pares a pensar que eres tonto, porque siempre has sabido que sólo tienes una vida, aunque creas en la otra, de la que nadie ha vuelto nunca, o tan pocas veces que el dato es dudoso. Y entonces te preguntas:
.- ¿Pero dónde estoy todo el tiempo?
Porque sabes que no estás ahí cuando corres todo el tiempo, o cuando estás trabajando, o cuando ves la tele, o cuando copulas (no, ahí tampoco, ¡o tan pocas veces!). O cuando comes, o cuando bebes, o cuando juegas, o cuando vas de excursión, o cuando vas de turista.
Y sabes, vagamente sabes que sólo estás ahí en tu cama; que es tu refugio; cuando estás solo, en medio de la noche, cuando tres o cuatro horas de soledad y de sueño, (o cinco o seis, o siete, que a veces hace falta tanto) han conseguido relajar las tensiones que viajan contigo todo el día. Y sabes vagamente que ahí sí, tu yo profundo y verdadero anda saliendo de su encierro y juntándose contigo. Pero claro, estás dormido. Y así, ¿cómo puede uno conocerse? Y luego te despiertan, por la mañana te despiertan. Y se está tan bien ahí en la cama calentito... ¿porqué será? Y entonces las obligaciones de la dura faena de vivir que te has impuesto se presentan de golpe a tu consciente, y compones un gesto heróico y ¡Adelante, buenos días, a luchar por cada día! Y el niño que hacía puñitos allí en la cama, el niño que ensanchaba con cuidado su tamaño hasta llenar el de tu cuerpo vuelve a hacerse pequeñito y a meterse en un rincón oscuro, y se queda ahí, como un pequeño piloto asustado que no llega a los controles de su Mazinguer, viendo cómo las convenciones sociales se hacen con el control de tu cuerpo, gracias a la sensación de urgencia, al piloto automático. Y tu pequeño piloto destronado, que ama a su Mazinguer con todas sus fuerzas, si tiene el día bueno, y has dormido bien, y estás un poco relajado, te va contando chistes por la calle, porque también hay que reirse, ¿no? y te va mostrando lo idiotas que somos todos, el poco control que tenemos sobre nosotros, y vas cayendo en lo estúpida que es la gente, en cómo se dejan llevar por convenciones, por el qué dirán, por la ropa y la fachada, en cómo tienen una imagen falsa de ellos mismos, en cómo repiten todo el tiempo pequeños gestos que apaciguan y no sirven para nada:
.- Un cigarrito para ponerse en marcha...
.- Yo, hasta que no me tomo un café no soy persona...
.- Gomaespuma en la radio del coche por la mañana para ponerse de buen humor (no sé si todavía siguen), sin ni siquiera ser crítico con ellos, porque claro, uno es de izquierdas, y uno pasa sobre su humor histriónico y grosero en aras de la izquierdidad. Y así perdemos el criterio propio, y nos vamos haciendo más gilipollas. Y nadie mira nada de lo que es real o importante en este mundo. Si hasta los que tienen perros son idiotas, y eso que tener perro es una suerte, una bendición de Dios, una panacea, porque un perro puede llevarte, a poco que lo mires con curiosidad y compasión (empatía), de vuelta a la libertad perdida. Pero no:
.- ¡No seas cochino! y el perro sólo está adquiriendo información fidedigna del otro perro de la fuente más fiable, las glándulas anales.
.- Hala, hala, ya os habeis saludado...
.- Corre, corre, que tenemos prisa...
.- Haz tus cositas... (Le dice un simio degenerado a un cánido atado a una correa).
Y un buen día; porque a veces tenemos buenos días; quizá uno llegue a tomarse en serio todas estas señales, y de acuerdo con el enano que tenemos dentro (el piloto del Mazinguer, aquel que casi sólo se manifiesta para pulsar tus cuerdas vocales y hacerte decir:
.- Cinco minutitos más, mamá, por favor...) Un buen día digo, quizá dejemos crecer al enanito, que se quedó pequeño en la primera infancia, y le alimentemos con datos objetivos, (le dejemos mirar por las ventanas) y escuchemos lo que tenga que decirnos, e iniciemos con él un diálogo sincero, como amigos, como amantes, y entonces, quizá vaya preparando su estrategia, y dejando crecer sus largas trenzas, o estudiando los fenómenos celestes, las aves migratorias.
Y este es el momento más delicado, cuando el príncipe despierta. ¡Cuantos no habrán llegado al suicidio, o a la cárcel, o a una adicción sin remedio, por que el enano estaba despertando y ellos no se daban cuenta!
Y un buen día, porque podemos tener días buenos, y nada está perdido de antemano, es posible que el piloto haya preparado su estrategia, y esta te sorprenda, y entonces descubras que aquella preocupación sobre tu salud mental que estaba empezando a exacerbarse, porque ya nada hacías a derechas, y tenías todos los proyectos a medio hacer, y la casa desordenada, y una gruesa capa de polvo cubría tus más queridos libros, aquellos con los que contabas para construirte o sostenerte, no era más que una preocupación vicaria, de aferrarte a los restos de la imagen de ti mismo que cultivas en sociedad (y frente a ti también). Y que en el fondo, nada de esto te interesa, y puede que empieces a llegar tarde al trabajo, o a gastarte la pasta en drogas (mucho más satisfactorio), o compulsivamente en cosas que sabes que no usarás. Y tu caída en picado hacia el no éxito social puede que te asuste, pero no harás nada por cambiarlo, porque en el fondo te importa nada.
Y un buen día, porque a veces tenemos días gloriosos, mandarás a la mierda a tu jefe, y saldrás del trabajo algo preocupado, porque no sabrás de qué vas a vivir, pero satisfecho, porque ya tocaba hacerlo y se lo tenía merecido: ¡Hacerte perder tantos años, en gilipolleces que no sirven para nada! Y te aviso: Sólo de tu estricta vigilancia dependerá que en un descuido no quemes tu casa, que no estalles tu coche, que no cometas un delito imperdonable, porque cuando se le da cancha y libertad al verdadero yo, este busca liberarse por todos los medios, y le anima una santa razón: ¡Haberle hecho perder tantos años, en gilipolleces que no sirven para nada!
Y valdrá más que rescates la pasta que te queda, y la pongas a buen recaudo por un tiempo, donde puedas encontrarla más adelante, cuando te hayas hecho ¡por fin! amigo de ti mismo. Pero aprisa, aprisa, porque el mundo es grande y deseable, y el ansia de libertad es muy urgente.
O quizá, si tienes suerte, y estás en buena connivencia con tu enano, puedas comprarte un velerito antes de que estalle, o una bici, o una furgoneta, o un billete a las antípodas, pero más valdrá que te des prisa, y no estés muy seguro de que esa precaución sirva de algo, porque la libertad es fuerte y exigente, y el mundo grande y deseable, y hay tantas cosas tan distintas que vivir... que quizá tu plan no convenza al enano.
En cualquier caso, si tienes un buen día... Aprovéchalo, para que vengan más, y más, y más. No pierdas el tiempo en lamentarte, y vive, vive, vive sin parar, y seas bienvenido al mundo de los hombres que se sienten libres. Donde cada día vale una semana, o dos, o tres, o un mes de los antiguos, y no se tiene ya ni miedo a morir, porque uno está vivo en permanencia, y se siente orgulloso de sí mismo.