27 jun 2010

La confusión de las lenguas en Babel y la fugacidad del momento presente



Nosotros hemos inventado el lenguaje. Y el lenguaje identifica los objetos del mundo y los nombra. El lenguaje hace esto tan bien que prácticamente puede identificar todos los objetos del mundo y nombrarlos. Y diferenciarlos, pues puede diferenciar un pelo de mi barba del contiguo. (No, no soy tan ególatra, no les he puesto nombre a todos)

El lenguaje es como una calcomanía que hemos pegado sobre el mundo y que una vez despegada, y mirada a la luz, resulta ser exacta al original.

Vale, ya tenemos nuestra calcomanía, y ahora jugamos con ella. En realidad hace ya siglos -milenios- que la tenemos y jugamos con ella. No sabemos exactamente desde cuándo, y averiguarlo y averiguar cómo empezamos a crearla y cómo hemos ido perfeccionándola es uno de los temas más apasionantes de la antropología, así como uno de los más difíciles y creo que uno de los peor tratados.

El caso es que la calcomanía ha adquirido entidad propia. Tenemos el mundo en el bolsillo (bolsillo mental, pero bolsillo al fin) y ya no necesitamos acudir al mundo para ver qué objetos hay o para poner objetos nuevos. Para ver qué objetos hay, lo que vale decir cuando necesitamos referencias reales, acudimos al bolsillo y miramos nuestra calcomanía: la Wikipedia, los diccionarios, las enciclopedias, las revistas especializadas, las tesis doctorales, las obras de referencia... Siempre hay un sabio que ha estudiado el tema antes que nosotros y a quien podremos citar. Y si no estamos de acuerdo con el sabio cojeremos dos sabios, o tres, o cuatro, con ideas distintas sobre el tema, y entresacaremos de lo que dicen todos ellos lo que nosotros queremos decir.

Así a lo largo del tiempo se ha ido conformando nuestro lenguaje, vale decir nuestra calcomanía, como algo diferente del mundo de referencia. No algo muy diferente; algo casi igual, casi calcado diría yo; pero no obstante diferente. Y esto lo sabemos porque nuestros lenguajes son entre sí diferentes: "distintas maneras de ver el mundo" -decimos- y algo hay de eso, porque las culturas se construyen también sobre el lenguaje, que es el medio más visible de transmisión de esa cultura, y como medio de transmisión las conforma. (Como los programas cutres de la tele conforman la incultura de las masas de ahora).

Sin embargo la imagen mental del mundo no posee (para nosotros) esa cualidad inefable del mundo que hace que el mundo sea mundo. La imagen mental del mundo no posee el fluir del mundo. Es un ideal constructo sólido, diccionárico, una instantánea rígida que queda siempre un paso atrás de la realidad de que nos habla. La confusión de lenguas de que habla el mito de Babel es la confusión original entre el lenguaje y lo que el lenguaje quiere decir: el mundo. La lengua primera, prebabélica, la hablamos todos: es la manifestación instintiva, inconsciente, de nuestras reacciones a los eventos del mundo. Es lo que suele llamarse lenguaje no verbal, estudiado por psicólogos y profundizado; marketinizado por profesionales de las ventas a mayor gloria del absurdo saqueo continuado de nuestro planeta. Es algo que todas las manifestaciones culturales de nuestra civilización se esfuerzan en mantener oculto entre las supuestas alimañas de nuestros supuestamente sórdidos sótanos mentales. Es plebeyo instinto frente a la cortesía cortesana que enmarca y facilita nuestras relaciones sociales. ES algo bueno y sencillo -nuestra relación natural con el mundo- que a fuerza de ser negado y reprimido ha devenido en demoníaco y retorcido.

Nuestro lenguaje tiene una precisión exquisita: podemos nombrar cada uno de los pelos de las barbas de un profeta. Pero nombrándolos los sacamos del tiempo; los paralizamos; y obligamos a nuestra mente a fijar la vista (los ojos mentales) en un objeto quizá hermoso, pero muerto. Como si un momento del vuelo de una paloma pudiera ser puesto fuera del tiempo, en algún no tiempo permanente donde examinarlo minuciosamente a placer. Pero qué placer, ¡ay! si ese corte sagital del vuelo de una paloma no tiene la esencia de lo vivo; ni siquiera la esencia de lo que existe en el mundo... El lenguaje natural es algo que no hemos perdido, es simplemente algo de lo que no somos conscientes, obnubilados por la belleza estética de nuestros idiomas, por la impresión simétrica de aprehensión del mundo que nuestras poderosas palabras producen en nosotros. Así, nuestra mente racional, cortesana, cartesiana, se aplica en viviseccionar el mundo con la única ayuda del idioma que separa, como si fuera un escalpelo analítico, las capas de tejido que lo constituyen y quedan ¡ay! ya muertas entre nuestras manos.

Queda para la parte reprimida de nuestro ser, para la parte inconsciente y subconsciente manifestarse, como siempre lo ha hecho, con el único lenguaje que habla el mundo. Y así vemos en nosotros movimientos de acercamiento o rechazo, muecas de dolor, extraños retorcimientos y contracciones, puntos dolorosos, dudas, temores, odios... ¡Ay! si supiéramos cuánto mostramos de nosotros a cualquiera que, cerrando los oídos al idioma humano, los sabe abrir a cuánto manifestamos sin saberlo.

Ese lenguaje natural no es la expresión de lo malo, de lo obscuro, de lo perverso o de lo enfermizo del hombre. Es la manera antigua de comunicarse, la que podían entender todos los pueblos de la tierra antes de que el poder del lenguaje artificial nublara su mente y decalara cada vez más lo dicho de la realidad.

El lenguaje natural no usa para expresarse ninguna calcomanía, sino el mundo real. No se expresa en fijaciones parmenideanas sino en el propio devenir heraclitiano. Es un lenguaje poderoso porque se inserta, instante a instante, en el transcurrir, en la realidad del mundo. EL LENGUAJE NATURAL USA CADA CONTINGENCIA DEL MUNDO PARA EXPRESARSE. Lamentablemente, ¡hay! sólo saben usarlo ya los animales silvestres.

La dualidad babélica es pues esta: un lenguaje racional que pretende aprehender el mundo y que para hacerlo crea una copia en un limbo temporal que, a medida que se actualiza, se separa más del mundo real y un lenguaje natural que es el que usaban los animales y nosotros con ellos antes de que; como dice la canción que dice la biblia "el hombre diera nombre a todos los animales"

Nuestro problema para aprehender el momento presente es que nuestros idiomas, para decirlo, necesariamente lo sacan de su propia realidad para ponerlo en un registro virtual. La única manera de vivir el momento presente es que nuestras vidas discurran en él, y para hacerlo, necesariamente hemos de dejar de de hablar para expresarnos en el mundo con el mundo.

25 jun 2010

Kalil Gibran cuenta (en "El errante", creo) de un pueblo en cuyo cementerio el visitante se espanta de ver que todas las tumbas son, al parecer, de niños, pues en todas ellas, las leyendas dicen que vivieron 4, 5, 6, ó, como mucho, siete años.

Hasta que un habitante del pueblo satisface su angustiada curiosidad explicándole la costumbre lugareña de apuntar, en una libreta; al cabo del día; las horas, minutos o segundos que se consideran verdaderamente vividos....

Del asombro del narrador deducimos; como expertos en esta vida triste; que seis o siete años le parecen sin duda mucho más de lo él mismo o sus conocidos podrían enarbolar como de vida real.

Bueno: pues haga el favor el creador si es que existe de apuntarme casi íntegros estos dos últimos días que he vivido; y eso aunque Él y yo sabemos que en mi casi medio siglo de existencia quizá la cuenta de lo vivido apenas roce el año real.

Gracia que espero alcanzar de su bondadosa magnanimidad etcétera etcétera...

14 jun 2010

Todos somos animales

Ya tengo mi camiseta de "todos somos animales" de la SVPAP. Os parecerá trivial, pero es un logro que, como muchos, no nos ha sido dado.

En aquella época se decía que dormir con una planta era peligroso porque te quitaba el aire (lo decían hasta en clase los profesores). Así que imaginaos lo que pasaba con los animales: si uno, con 11 años, se hubiera atrevido a decir algo así como "todos somos animales" no hubiera faltado una vocecita que detrás de él, en tono condescendiente pero serio, completara: "pero racionales". Efectivamente, el "todos somos" podía referirse a muchas cosas; todo tipo de círculos concéntricos que se ensanchaban a partir del yo inicial, y que nos catalogaban por color, costumbres, nacionalidad, creencias, género, edades etc. pero el círculo más ancho al que se podía llegar era: "Todos somos hijos de Dios."

Los demás seres vivos, los animales por ejemplo, no podían pretender a ese estatus. Dios los había creado, cierto, pero no los había hecho hijos suyos, cualidad que reservaba exclusivamente para los humanos. No se podía llegar a más. Una clasificación que pretendiera, por ejemplo, incluir a seres ajenos a la humanidad en el círculo "todos somos seres vivos" topaba con una dificultad insalvable: era una clasificación eterogénea y no se podía poner en un mismo conjunto a los seres humanos, creados por Dios a su imagen y semejanza y dotados de un alma inmortal, y a los animales, puestos aquí por Dios para uso y disfrute del ser humano y desprovistos de ánima. Meros robots pues, que obedecían a un programa interno llamado instinto que no les permitía hacer otra cosa que aquello para lo que estaban programados; mientras que nosotros, que gozábamos de libertad y libre albedrío, podíamos decidir sobre nuestros actos y elegir entre el bien y el mal.

Yo, que había llegado a la conclusión de que los animales como nosotros (me refiero a los mamíferos) podían todos pensar (conclusión transcendental, pues había llegado a ella por la sola fuerza de mi espíritu) había tenido ya, a la temmprana edad de 11 años, más de una pelea con imbéciles que sostenían, con la convicción del que no quiere condenarse, que todas las acciones de los animales, por inteligentes que pudieran parecer, no eran más que la aplicación de las leyes del instinto y no el resultado de razonamientos perspicaces.

Luego vino la muerte de Franco, en callado atentado causado por la ETA, y al igual que en aquellos días ya se empezaba a saber entre los niños que quizá Franco no había sido tan bueno como parecía, la ley del karma, que en la generación jipi había tenido tanto éxito, mostraba de una vez -magnífica vez- su poder y el tirano era torturado hasta la muerte por el etarra jefe del equipo médico en lo que después se llamaría "ensañamiento terapéutico" y que entonces se llamó "informe médico del día" sin que, por lo que sepamos, a este sádico confeso nadie le haya pedido cuentas nunca. Unos, mezquinamente, por que con ese castigo creían que saldaban una deuda de sangre que el dictador tenía con ellos y otros, también mezquinamente, por que la hombría del jefe de su bando al soportar tan horrible castigo les daba crédito moral para hacer, si fuera conveniente, nuevas maldades.

La caída del régimen propició que a través de la boina polarizada que cubría España (españa) y que se volvía cada vez más transparente pasaran al lado de acá nuevas formas de ver el mundo y los comportamientos humanos que llevaban ya muchos años funcionando en otros lugares. La llegada del conductismo equilibró la balanza y donde antes había estado el libre albedrío campaba ahora por sus anchas el determinismo más feroz sin que los mismos idiotas que antes defendían como único motor de las acciones de los animales el instinto encontraran ahora ni un resquicio en donde insertar en las estrechas conexiones causalistas que nos venían de la mano de Skinner el viejo libre albedrío que antaño enarbolaran como bandera de superioridad especicista. Y bien que se gozaban en ello, con un gozo amargo y deslucido que les daba, creían ellos, como una pátina de haber pasado por todo y estar ya de vuelta a casa, vencidos aunque vivos.

Yo seguía viendo cómo en los cerebros de los animales y a veces en los de mis semejantes humanos (me permitiréis, para apoyar mi discurso empático, el simil mecanicista) daban vueltas las ruedecitas engranadas del pensamiento. Ahora, muchos años después, al conductismo se opone el existencialismo, a la religión especifista filosofías, como el budismo, con mucho mayor pedigrí ético. Y a las verdades recibidas y al principio de autoridad la más fina observación científica y el santo criterio del sentido común, inserto, Dios sabe por qué milagro, en el interior de cada uno de nosotros.

Pero no creáis que ha terminado la batalla: españa (o España, me da igual) se encuentra ahora formando parte del conjunto de las naciones; el eco con el que reberbera cada acción individual es ahora el de todo el globo terráqueo; y aquí, en nuestro país, la barbarie vuelve a tener un alto porcentaje de seguidores: la estúpida religión ha sentado sus reales posaderas en lo que hasta ahora mismo fuera nuestro suelo patrio libre, por fin, de la Gracia de Dios acaudilladora, y entre evangelistas infantiloides y testigos de jehová subnormales el sentido común entre la gente de nuestra lengua empieza a ser cada vez más escaso, mientras los viejos ateos, ácratas y racionalistas van dándose a los gusanos poco a poco... Entretanto los perros, nuestros viejos amigos fieles, se enfrentan a un nuevo enemigo cada vez más considerado en su particular idiosincrasia. Y es que ya sé de uno que siendo tocado por un perro cuando se disponía a hacer sus ejercicios religiosos dijo al dueño muy altanero que si aquello llegaba a suceder algo después, en pleno acto, hubiera tenido que matar al perro...

4 jun 2010

l'élégance du hérisson





Este es mi pensamiento profundo del día: esta es la primera vez que me encuentro con alguien que busca a la gente y que ve más allá. Puede parecer trivial pero creo que es profundo. Nunca vemos más allá de nuestras ideas y, lo que es más grave, hemos renunciado a los encuentros, no hacemos más que encontrarnos a nosotros mismos sin reconocernos en esos espejos permanentes. Si pudiéramos darnos cuenta, si tomáramos conciencia de que sólo nos miramos a nosotros mismos en el otro, de que estamos solos en el desierto, nos volveríamos locos. Cuando mi madre le ofrece macarrones de Ladurée a la Sra Broglie, se cuenta a sí misma la historia de su vida y no hace más que mordisquear su propio sabor; cuando papá toma su café y lee su periódico, se está viendo en un espejo tipo método Coué; Cuando Colombe habla de las conferencias de Marian, despotrica de su propio reflejo y cuando la gente pasa frente a la portera, sólo ven el vacío porque no son ellos. Yo suplico al destino que me dé la oportunidad de ver más allá de mí misma y de encontrarme con alguien.

(del diario de una niña mentalmente sana que ha decidido suicidarse, Según Muriel Barbery en "l'élégance du hérisson" -traducción propia-)