Me lo contaron anoche:
"Conocí en la cárcel a uno que había atropellado a una madre y a su hija. Estaba en la celda de al lado, y se machacaba la cabeza contra la pared. Yo oía los golpes: bum! bum! y me estremecía.
Él era camionero. La mujer había cruzado por delante de un autobús empujando el carrito. Se los había encontrado de golpe. No pudo hacer nada.
Había sido un accidente, pero los funcionarios se lo recalcaban "¡has matado a esa gente!" y le llamaban asesino.
5 comentarios:
A mi mejor amiga también la atropelló (aplastó) un camionero en un accidente.
La madre de mi amiga, transformada en el sufrimiento personificado, decidió -en contra del resto de la familia- no denunciarlo. ¡Había sido un accidente!
Mucha gente le decía que podían atacar por la imprudencia temeraria, que quizá iba demasiado rápido, patatín, patatán. Pero ella lo tenía claro: sólo porque su hija estuviera destrozada no había que destrozar a nadie más.
¡Pobre hombre!
Ya... dios es muchas veces un cabrón, pero eso no es justificación suficiente para que también nosotros lo seamos, que somos humanos, ¡joder!
¿Cómo está ahora tu amiga?
¿mi amiga? no sé, desde que fue aplastada por el camión no he vuelto a hablar con ella, y mira que me gustaría
¿Y a qué esperas?
Es que la idea de hablar con los muertos, no sé, aún no me convence. Esperaré a morirme yo también a ver!
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